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Abstract

Se dice que la curiosidad es la madre de todo conocimiento. En Crónica de una muerte anunciada advertimos el nivel literario de la curiosidad cuando abrimos el libro por primera vez y reconocemos al narrador del ciclo de Macondo en la primera frase: "El día en que lo iban a matar" ... Tres tiempos se superponen: un "día" en que "transcurrirán" ciertos hechos que solo "ahora" se conocen y se narran. "Iban a matar" puede también descomponerse en dos momentos: el de "iban" (de "ellos”-el tiempo de los agentes de la muerte) y el del acto mismo de "matar" (que sugiere ya un acto climático) … Todos los mecanismos presentes en este fragmento de oraci6n son internalizados intuitivamente por el lector cuya curiosidad, se supone, lo hará proseguir la lectura hasta el desenlace en que el protagonista es efectivamente ultimado a cuchillazos. El acto de morir se consuma en la última frase del relato: "se derrumb6 de bruces en la cocina". Pero nos preguntamos si al terminar de leer esta novela ha quedado satisfecha nuestra legitima curiosidad de lectores. Es claro que nos gustaría averiguar más, pero ya sabemos que el narrador contemporáneo, por diferentes motivos, es precario en cuanto a la informaci6n que nos procura. Además, como la mayor parte de esta información ha sido recibida de o es atribuida a los personajes, la garantía de verdad que conlleva la palabra de todo narrador queda frecuentemente suspendida. La curiosidad nos llevaría a preguntarnos, por ejemplo, si efectivamente Angela Vicario tuvo amores con Santiago Nasar; quien era realmente Bayardo San Román y cuál fue el verdadero motivo que lo condujo a irse a vivir a ese pueblo; etc. Todas estas son preguntas que no han sido respondidas cabalmente en el texto.

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